palabras privadas

LA CIUDAD




Ignorábamos que la ciudad
te lame hasta dejarte exhausto,
confundido entre las luces
y el asfalto,
convertido en una mota más,
viandante sin destino,
atento a los colores de los discos
o a la mano que se tiende
demandando una moneda,
los descalzos corazones agrietados,
observando su reflejo en los cristales,
sorprendiéndose ante esa imagen
apenas ya reconocible.


Marta Uma Blanco

SINO


Tal vez sea mi sino
bajar cien veces la escalera
para recoger los restos de mis sueños.
¿Para qué recomponerlos?
¿Para qué tanta molestia?
Mejor será trepar
por esa cuerda floja del dolor
en pueril malabarismo.
Marta Uma Blanco

NIEVE


La niña cogió en las manos aquella bolita de cristal, la giró varias veces y la volvió a poner como al principio. Observó entonces aquellas motas blancas caer delicadamente sobre la ciudad en miniatura.
Sus ojos se abrían expresivamente y sus labios se curvaban en una sonrisa somnolienta. Así debía de ser la nieve, pensó. Le había contado su abuelo, en las reuniones de la plaza subterránea, que cuando él era joven, y el hombre aún vivía sobre la Tierra, el cambio de las estaciones lo marcaba el planeta. La primavera y el otoño eran momentos de transición en las que todos los seres vivos se preparaban para las estaciones fuertes. Pero en unos pocos años, y sin que la gente se hubiera dado cuenta realmente del desastre, la primavera y el otoño fueron desapareciendo sucumbiendo ante la primacía del verano. Los noviembres comenzaron a volverse calurosos y los humanos andaban tan desorientados como los árboles que echaban sus flores a destiempo.
Poco a poco dejaron de verse las grandes nevadas que cubrían la tierra de blanco. Hasta que el invierno dejó de existir para siempre. Y el sol se hizo tan abrasador que el hombre hubo de buscar refugio en las entrañas de la Tierra.
Se asomó a la ventana con la bola en las manos. Suspiró. Estaban a finales de diciembre, y las luces de Navidad invadían las calles de su ciudad subterránea.
Agitó otra vez la bola en sus manos y observó. Sí, se dijo, debió de ser muy hermosa la nieve.
Marta Uma Blanco




Relato finalista en el I Certamen de e-relatos La Cerilla Mágica

EL HACEDOR DE AÑICOS

Era como el viento
pero no tenía alas:
se arrastraba pesaroso
en cada esquina,
con sus sonrisa de lobo,
y siempre me alcanzaba
con aquella mano
escurridiza y triste
recibiendo entre sus palmas mi sorpresa,
mis dudas,
su cansancio,
y lo apretaba todo entre sus dedos,
miserable,
me limaba la esperanza
y la fundía con su sangre.
Y así seguía mi camino,
apoyada en las paredes,
caminando ya sin alma ni motivo.
Víctima, sin más,
Del hacedor de añicos.
Marta Uma Blanco
LLANTO DE ÍCARA CAYENDO

Yo que volaba alta y orgullosa,
sonriente y entusiasta,
sin tener conciencia
de lo frágil
de la cera en mis espaldas.
¡Miradme ahora!

Sonreía
y me acercaba más y más
al sol del mediodía,
ese que puede hacer que caigas.
Pero yo
no sabía que existía la caída,
y de repente,
un calor abrasador
quemó mi espalda,
y las alas
-que tan amorosamente urdió mi madre-
se fueron derramando,
oro líquido,
precio
de aquel vuelo
temerario.

Y ahora caigo, madre,
Caigo…
Urde para mí otras alas
y detén
este proceso
en que acabaré
si nada lo detiene
-una rama, algo a lo que aferrarme-
con los huesos destrozados
mancillada por haber querido volar alta y orgullosa
sin pensar jamás en la caída.
Marta Uma Blanco



Ilustración de José Luis Almeida