palabras privadas

CORAZÓN

Tú, alborotado,
¿en qué pensabas
cuando descorriste tus velos jaspeados
y te mostraste níveo en campos de batalla?

Que te ha brotado el rojo
tras los proyectiles de la huida,
tras zarpazos de tristeza te ha brotado el rojo.

Marta Uma Blanco

ALFONSINA Y YO (II)

Alfonsina era hija de un matrimonio suizo que, como muchos a finales del siglo XIX, decide emprender un viaje hacia el despegue económico en tierras argentinas. Tras un primer contacto, en 1890, la familia se instala en San Juan, y más tarde en Rosario, donde, alrededor de 1900 establecen su residencia definitiva.
Alfonsina se cría en un hogar marcado por las estrecheces económicas. A medida que los años pasan llega la ruina definitiva de la familia. Y conforme ella va creciendo se agudiza su vergüenza por su fealdad. Dejará sus estudios a la edad de once años para contribuir a la economía familiar, rota en parte debido a la inestabilidad emocional de su padre, que muere en 1906.
Alfonsina comienza a trabajar en una fábrica de gorras y a hacer pequeños papeles teatrales. No abandona su deseo de seguir estudiando y en el año1909 se matricula en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde ocupará también el cargo de celadora. Un año después obtiene el título de maestra rural y comienza sus prácticas en la ciudad de Rosario.
Pero la turbulencia sigue dentro. Una escapatoria sea, quizás, el amor. Pero se trata del hombre equivocado, un hombre casado, veinticuatro años mayor que ella y además, persona influyente.
Con apenas veinte años, asume la maternidad y decide marchar a Buenos Aires, emprender la vida de nuevo, ser otra, pero en otro lugar. Una vez allí comienza a escribir “para no morir” y con el niño apunto de nacer ejerce de maestra o de responsable de un centro de acogida para niños disminuidos. Su situación existencial es conflictiva, y su confrontación con las convenciones sociales, abierta: apuesta en verso y en vida por la emancipación de la mujer.
En 1919 se comienza una sección en la revista La Nota y más tarde en el periódico La Nación, en las que escribe sobre las mujeres y sobre el lugar que merecen en la sociedad: «Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres cambiarán» (en «Cositas sueltas»). Es habitual que se refiera a la actitud de las mujeres huecas. El poema que sigue habla por sí solo.


La Loba
A la memoria de mi desdichada amiga J.C.P. porque éste fue su verbo.
"Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano".

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
que yo no pude ser como las otras, casta de buey
con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se rien y cómo me señalan
porque lo digo así: (Las ovejitas balan
porque ven que una loba ha entrado en el corral
y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
¡No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riaís, que sus dientes son finos
y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

¡No os robará; la loba al pastor, no os inquieteís;
yo sé que alguien lo dijo y vosotros lo creéis
pero sin fundamento, que no sabe robar
esa loba; sus dientes son armas de matar!

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
de ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
y cómo disimula con risas su temor
bosquejando en el gesto un extraño escozor...

Id si acaso podéis frente a la loba
¡Y robadle el cachorro! no vayaís en la boba
conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Ovejitas mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
no sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río
del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
donde quiera que sea, que yo tengo una mano
que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

La que pueda seguirme que se venga conmigo,
pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
la vida, y no temo su arrebato fatal
porque tengo en el mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
que yo sé malograr antes que se haga flor.

Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada de llano".
Alfonsina Storni


En esta época escribe artículos sobre la opresión, sobre el derecho de la mujer al voto -las leyes argentinas no aprobarán el voto femenino hasta 1946- con un estilo combativo en el que instaba a las mujeres a cambiar su situación rompiendo con los tópicos, los lugates comunes que la sociedad patriarcal esperaba que ellas ocuparan sin rechistar. Estas ideas en la década de los veinte, en Argentina, eran francamente rompedoras y avanzadas.


A partir de aquí el trabajo de Alfonsina gana en calidad y cantidad: publica poesía, dicta conferencias y ejerce de profesora en escuelas públicas, en el colegio Marcos Paz y la Escuela de Niños Débiles del parque Chacabuco y, después, en el Instituto de Teatro Infantil Labardén y la Escuela Normal de Lenguas vivas. En 1926 se le otorga una cátedra en el Conservatorio de Música y Declamación donde imparte clases de Artes Escénicas, al tiempo que por las noches da clases de castellano y aritmética en Escuela de Adultos Bolívar.


Hasta que llega el agotamiento y tanto trabajo le pasa factura. Comienza a descansar, a tomarse períodos de descanso, pero tiene un hijo al que mantener y no puede permitirse estar parada mucho tiempo. En estos momentos es una mujer que se ha hecho a sí misma, una escritora que se ha hecho un hueco en lo más consolidado de la intelectualidad buonarense de su época.


En 1935 se le diagnosticó un cáncer de pecho y tuvo que someterse a una operación en la que perdió su seno derecho. Esto la marcó profundamente. Durante los dos años siguientes su salud empeora y se va desconsolando. Su amigo Horacio Quiroga, con quien tuvo una intensa relación, la hija de este, Eglé y su enemigo literario, Leopoldo Lugones, habían decidido quitarse la vida: Quiroga en 1937, Eglé y Lugones unos meses antes que ella.
Alfonsina creía que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío. En octubre de 1938, se marcha a Mar del Plata, a descansar. Una noche, después de unas horas de intenso dolor, llama a la trabajadora de la pensión donde se hospeda y le dicta una carta para su hijo Alejandro. En la madrugada del 25 de octubre, Alfonsina, con cuarenta y seis años, bajo la lluvia, se arroja al mar desde un espigón dejando como testamento un poema, «Voy a dormir», y la carta de despedida a su hijo.


Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Alfonsina Storni

ALFONSINA Y YO (I)

No es que la poesía de Alfonsina me haga perder la cabeza. No. No soy una de sus acérrimas seguidoras. Esas notas coloristas y rimbombantes modernistas que de joven me llamaban tanto la atención ahora me cansan, me chirrían. Pero Alfonsina no es sólo eso. A partir de Ocre (1925) comienza a perfilarse un nuevo estilo –más desnudo de la retórica rubendariana-, y si indagamos en el contenido de su obra, observaremos que toda ella está marcada por su condición de mujer.
Muchas veces los teóricos de la literatura postulan que la obra literaria se debe estudiar independientemente de la persona que la escriba. Así es el arte ¿no? Ha de hablar por sí solo. Pero esto me parece tan frío… ¿Cómo puede separarse el corazón que late de la tristeza que expresa? A mí me gusta leer y saber qué experiencias movieron a la persona a escribir lo que yo leo. Me gusta conocer al poeta y, volviendo a Alfonsina, su vida, sin ninguna duda, es digna de ser conocida.
Conocí a Alfonsina cuando tenía alrededor de quince años. En la biblioteca de mi padre, entre muchos tomos de poesía encuadernados en piel había uno que, por su variedad de estilos y épocas, era ideal para no colmar la impaciencia de una adolescente. Allí, entre muchos autores, la mayoría varones, apareció esta perla:

CARTA LÍRICA A OTRA MUJER

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina.
En vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente

le absorbe su oro mientras todo calla.
Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, alarga
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.
Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca

tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosas ahuecados...
Decidme si lloráis humildemente
mirando las estrellas tan lejanas,
y si en las manos tibias se os aduermen
palomas blancas y canarios de oro.
Porque todo eso y más sois, sin duda,

vos, que tenéis al hombre que adoraba
entre las manos dulces; vos, la bella,
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mi... Vos, su criatura,
porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... ¡Sí!, acaso mía...
Mas, ved, estaba el alma tan gastada,
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se adormece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.
Acaso un niño rubio vendrá luego
a copiar en los ojos inocentes
los ojos vuestros y los de él,
unidos en un espejo azul y cristalino...
¡Oh, ceñidle la frente: ¡Era tan amplia!
¡Arrancaba tan firme los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen
los labios suyos; él me dijo un día
que nada era tan dulce al alma suya
como besar las femeninas manos...
Y acaso alguna vez, yo, la que anduve
vagando por afuera de la vida
como aquellos filósofos mendigos
que van a las ventanas señoriales
a mirar sin envidia toda fiesta-,
me allegue humildemente a vuestro lado
y con palabras quedas, susurrantes,
os pida vuestras manos un momento,
para besarías yo como él las besa.
-Y al recubrirías lenta, lentamente,

vaya pensando: "Aquí se aposentaron
¿cuánto tiempo sus labios, cuánto tiempo
en las divinas manos que son suyas?
¡Oh qué amargo deleite este deleite
de buscar huellas suyas y seguirlas
sobre las manos vuestras tan sedosas,
tan finas, con sus venas tan azules!
¡Oh, que nada podría (ni ser suya,
ni dominarle el alma, ni tenerlo
rendido aquí a mis pies) recompensarme
este horrible deleite de hacer mío
un inefable, apasionado rastro!
¡ Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
barrera ardiente, viva, que al tocarla
ya me remueve este cansancio amargo,
este silencio de alma en que me escudo,
este dolor mortal en que me abismo,
esta inmovilidad del sentimiento
que sólo salta bruscamente cuando
nada es posible!
Alfonsina Storni

En mi corazón adolescente –ávido de historias de amor- se perfiló la figura de la dueña de aquella voz. Y la imaginé como más tarde supe que ella se veía. Feúcha, grandota, apagada, depresiva…
Me conmovió y releí sus versos hasta la saciedad, preguntándome por qué motivo en sus palabras no había ni una nota de rencor u odio. Aquella criatura amaba a su rival como quien ama a un espejo porque refleja otra figura.
Alfonsina…
Pasaron años en mi vida, y lecturas, muchas lecturas. Nadie la mencionó en mis estudios literarios, la silenciaron, como si no fuera importante o como si no hubiera existido…y yo casi me olvidé de ella. Aunque la sabía en las librerías y un día compré sus palabras y las llevé a casa. La foto que aparecía en el interior de la antología me dejó pensativa y me impidió comenzar a leer de inmediato. ¿Así que ésa era Alfonsina? La había imaginado parecida, por lo triste, pero la encontraba hermosa, poderosa en su tristeza.
Y la leí. Vaya si la leí. Y cómo cambiaba el tono de su canto. De la remota mujer de la Carta Lírica de mi adolescencia a la mujer de La Loba había un abismo. ¿Qué había vivido aquella mujer? ¿Qué le había pasado? Y mi curiosidad me llevó a indagar, a buscar, a saber quién fue esta persona que poco a poco fue alzando la voz contra las represiones a las que se vio sometida debido al simple hecho de ser mujer.