palabras privadas

ALFONSINA Y YO (I)

No es que la poesía de Alfonsina me haga perder la cabeza. No. No soy una de sus acérrimas seguidoras. Esas notas coloristas y rimbombantes modernistas que de joven me llamaban tanto la atención ahora me cansan, me chirrían. Pero Alfonsina no es sólo eso. A partir de Ocre (1925) comienza a perfilarse un nuevo estilo –más desnudo de la retórica rubendariana-, y si indagamos en el contenido de su obra, observaremos que toda ella está marcada por su condición de mujer.
Muchas veces los teóricos de la literatura postulan que la obra literaria se debe estudiar independientemente de la persona que la escriba. Así es el arte ¿no? Ha de hablar por sí solo. Pero esto me parece tan frío… ¿Cómo puede separarse el corazón que late de la tristeza que expresa? A mí me gusta leer y saber qué experiencias movieron a la persona a escribir lo que yo leo. Me gusta conocer al poeta y, volviendo a Alfonsina, su vida, sin ninguna duda, es digna de ser conocida.
Conocí a Alfonsina cuando tenía alrededor de quince años. En la biblioteca de mi padre, entre muchos tomos de poesía encuadernados en piel había uno que, por su variedad de estilos y épocas, era ideal para no colmar la impaciencia de una adolescente. Allí, entre muchos autores, la mayoría varones, apareció esta perla:

CARTA LÍRICA A OTRA MUJER

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina.
En vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente

le absorbe su oro mientras todo calla.
Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, alarga
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.
Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca

tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosas ahuecados...
Decidme si lloráis humildemente
mirando las estrellas tan lejanas,
y si en las manos tibias se os aduermen
palomas blancas y canarios de oro.
Porque todo eso y más sois, sin duda,

vos, que tenéis al hombre que adoraba
entre las manos dulces; vos, la bella,
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mi... Vos, su criatura,
porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... ¡Sí!, acaso mía...
Mas, ved, estaba el alma tan gastada,
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se adormece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.
Acaso un niño rubio vendrá luego
a copiar en los ojos inocentes
los ojos vuestros y los de él,
unidos en un espejo azul y cristalino...
¡Oh, ceñidle la frente: ¡Era tan amplia!
¡Arrancaba tan firme los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen
los labios suyos; él me dijo un día
que nada era tan dulce al alma suya
como besar las femeninas manos...
Y acaso alguna vez, yo, la que anduve
vagando por afuera de la vida
como aquellos filósofos mendigos
que van a las ventanas señoriales
a mirar sin envidia toda fiesta-,
me allegue humildemente a vuestro lado
y con palabras quedas, susurrantes,
os pida vuestras manos un momento,
para besarías yo como él las besa.
-Y al recubrirías lenta, lentamente,

vaya pensando: "Aquí se aposentaron
¿cuánto tiempo sus labios, cuánto tiempo
en las divinas manos que son suyas?
¡Oh qué amargo deleite este deleite
de buscar huellas suyas y seguirlas
sobre las manos vuestras tan sedosas,
tan finas, con sus venas tan azules!
¡Oh, que nada podría (ni ser suya,
ni dominarle el alma, ni tenerlo
rendido aquí a mis pies) recompensarme
este horrible deleite de hacer mío
un inefable, apasionado rastro!
¡ Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
barrera ardiente, viva, que al tocarla
ya me remueve este cansancio amargo,
este silencio de alma en que me escudo,
este dolor mortal en que me abismo,
esta inmovilidad del sentimiento
que sólo salta bruscamente cuando
nada es posible!
Alfonsina Storni

En mi corazón adolescente –ávido de historias de amor- se perfiló la figura de la dueña de aquella voz. Y la imaginé como más tarde supe que ella se veía. Feúcha, grandota, apagada, depresiva…
Me conmovió y releí sus versos hasta la saciedad, preguntándome por qué motivo en sus palabras no había ni una nota de rencor u odio. Aquella criatura amaba a su rival como quien ama a un espejo porque refleja otra figura.
Alfonsina…
Pasaron años en mi vida, y lecturas, muchas lecturas. Nadie la mencionó en mis estudios literarios, la silenciaron, como si no fuera importante o como si no hubiera existido…y yo casi me olvidé de ella. Aunque la sabía en las librerías y un día compré sus palabras y las llevé a casa. La foto que aparecía en el interior de la antología me dejó pensativa y me impidió comenzar a leer de inmediato. ¿Así que ésa era Alfonsina? La había imaginado parecida, por lo triste, pero la encontraba hermosa, poderosa en su tristeza.
Y la leí. Vaya si la leí. Y cómo cambiaba el tono de su canto. De la remota mujer de la Carta Lírica de mi adolescencia a la mujer de La Loba había un abismo. ¿Qué había vivido aquella mujer? ¿Qué le había pasado? Y mi curiosidad me llevó a indagar, a buscar, a saber quién fue esta persona que poco a poco fue alzando la voz contra las represiones a las que se vio sometida debido al simple hecho de ser mujer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que maravilla de mujer. Que bien hecho está por ti. Creo que tendría que haber vivido en el proximo siglo. Yo tanbiém lo siento por mi misma.Gracias por acercar a esta gran mujer un poco.
un abrazo
anamorgana

Marta Uma Blanco dijo...

Anamorgana: es cierto, es una maravilla de mujer que sufrió mucho, quizás por haber vivido un siglo aún intolerante. ¡Ah! La historia está llena de mujeres como ella, que nos abrieron el camino.
Un beso enorme
Marta Uma