La niña cogió en las manos aquella bolita de cristal, la giró varias veces y la volvió a poner como al principio. Observó entonces aquellas motas blancas caer delicadamente sobre la ciudad en miniatura.
Sus ojos se abrían expresivamente y sus labios se curvaban en una sonrisa somnolienta. Así debía de ser la nieve, pensó. Le había contado su abuelo, en las reuniones de la plaza subterránea, que cuando él era joven, y el hombre aún vivía sobre la Tierra, el cambio de las estaciones lo marcaba el planeta. La primavera y el otoño eran momentos de transición en las que todos los seres vivos se preparaban para las estaciones fuertes. Pero en unos pocos años, y sin que la gente se hubiera dado cuenta realmente del desastre, la primavera y el otoño fueron desapareciendo sucumbiendo ante la primacía del verano. Los noviembres comenzaron a volverse calurosos y los humanos andaban tan desorientados como los árboles que echaban sus flores a destiempo.
Poco a poco dejaron de verse las grandes nevadas que cubrían la tierra de blanco. Hasta que el invierno dejó de existir para siempre. Y el sol se hizo tan abrasador que el hombre hubo de buscar refugio en las entrañas de la Tierra.
Se asomó a la ventana con la bola en las manos. Suspiró. Estaban a finales de diciembre, y las luces de Navidad invadían las calles de su ciudad subterránea.
Agitó otra vez la bola en sus manos y observó. Sí, se dijo, debió de ser muy hermosa la nieve.
Marta Uma Blanco
Sus ojos se abrían expresivamente y sus labios se curvaban en una sonrisa somnolienta. Así debía de ser la nieve, pensó. Le había contado su abuelo, en las reuniones de la plaza subterránea, que cuando él era joven, y el hombre aún vivía sobre la Tierra, el cambio de las estaciones lo marcaba el planeta. La primavera y el otoño eran momentos de transición en las que todos los seres vivos se preparaban para las estaciones fuertes. Pero en unos pocos años, y sin que la gente se hubiera dado cuenta realmente del desastre, la primavera y el otoño fueron desapareciendo sucumbiendo ante la primacía del verano. Los noviembres comenzaron a volverse calurosos y los humanos andaban tan desorientados como los árboles que echaban sus flores a destiempo.
Poco a poco dejaron de verse las grandes nevadas que cubrían la tierra de blanco. Hasta que el invierno dejó de existir para siempre. Y el sol se hizo tan abrasador que el hombre hubo de buscar refugio en las entrañas de la Tierra.
Se asomó a la ventana con la bola en las manos. Suspiró. Estaban a finales de diciembre, y las luces de Navidad invadían las calles de su ciudad subterránea.
Agitó otra vez la bola en sus manos y observó. Sí, se dijo, debió de ser muy hermosa la nieve.
Marta Uma Blanco
Relato finalista en el I Certamen de e-relatos La Cerilla Mágica
4 comentarios:
Hermoso y triste ala vez, quizás algun día no muy lejano pase lo de tu cuento y eso da miedo, aunque realmente ninguno hacemos nada porque eso no ocurra. Leí tu cuento y me gustó mucho pero hasta hoy no habia podido comentartelo. Un abrazo de anamorgana
Anamorgana: haciendo un repaso por el blog me he encontrado este comentario que en su momento no pude responder.
¡Qué puedo decirte! Que se aprocximan tiempos de cambio, pero que hemos de hacer de la esperanza nuestro baluarte, por mucho que nos -me- cueste.
Gracias, como siempre
Un beso
Marta U. Blanco
Qué corto cuento, y que bello. Hasta debajo de las piedras sentimos la vida y la belleza. Gracias Marta por escribir, me gusta mucho tu prosa, ya sabes!
Mua!
karlos
http://100cuentos.blogspot.com
Quieres participar? Me gusta mucho tu blog
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