Los apuntes
Era una pequeña diosa,
cultivaba con amor mi lecho
de sueños.
Mi letra era pulcra,
quizás un poco subidas
las eles.
Con colores recogía
la importancia de una fecha,
el fluir de un canto.
En mi cuarto de niña
los ojos en blanco,
vibrando el eco
de una voz que atravesaba siglos.
Si el otoño me cubre
morirán las hojas de mis dedos,
caerán como escamas los recuerdos
de las ramas que hoy parecen secas.
Si el otoño me cubre
como manto pesado,
¿qué haré con estos brotes
que florecen a destiempo?
Me quedaré aquí
quieta como el agua de un estanque,
quizá el otoño no me vea.
Texto de Marta Uma Blanco
Pintura de Felix Valloton
Te diré
que no lamento los silencios
de que estaba hecha mi calma.
Tú quisiste, como yo,
volverte aire,
para así escaparte
entre las grietas
tristes
del invierno.
que aún mastico las palabras
que murieron, torpes,
al llegar a mi garganta.
transmutarme en aire,
amor,
no pude abandonarme.
Si un día
tropezamos
en ese lugar donde dicen
van los sueños
y me miras y te digo
¡sueño mío!
Y te miro y tú me dices
¡madre!
Si ese día
nuestros ojos se detienen
y se reconocen,
y se narran en segundos
todo aquello que
no tuvieron tiempo
de decirse un día.
Si ese día llega,
y me abandona la materia
y me vuelvo luz tan solo,
voz, calor, presencia.
Si ese día llega,
escucha, amor,
no te vayas ni me dejes,
toma mis manos
-éstas que te negaron la caricia última y primera-
y llévame muy lejos
donde no exista la memoria
y el recuerdo sea sólo
un concepto.
Marta Uma
SÁBANAS DE LINO
acariciando quimeras,
deshaciéndome en las brumas
tibias de lo imaginado:
el sol,
la desnudez,
la suavidad
de una piel
que huele a lo desconocido,
a lo perdido en el tiempo,
recreándome en palabras
hace siglos musitadas.
En arrobado silencio
me estremezco,
cayendo sin remedio
en mi regazo,
desvergonzada sonrisa,
cómplice
del beso.
EJÉRCITO DE MADRES
I
Se ha prendido la paz en mi garganta
y se me trepa rebelde por el cuello.
El grito
retumba en la noche joven,
mi grito de madre
aún no hecha,
porque nací madre
y viví callada
demasiadas lunas.
II
Un secreto curvará
las sonrisas de las madres.
Marchemos juntas,
desnudas,
entrelazadas nuestras manos,
corramos
como cuando aún éramos libres
sin miedo de nuevo,
el cabello al viento.
III
Lleguemos a los campos de batalla,
cientos,
miles,
ejército de madres
con los pechos rebosantes
de ternura.
Seamos
una gran mancha rosada
que no entiende de bandos
ni fronteras.
Borremos de sus ojos
la impotencia,
de un soplido desterremos
la locura,
que han perdido el norte,
el norte han olvidado.
Colmémosles de besos
y palabras.
Y volvamos
caminando
junto a ellos
de la mano.
SOLSTICIO
ALGAS Y ARENA
Era la estación
de las algas y la arena.
Nuestros cuerpos
desnudos
bajo el sol derretido
se turnaban en la ardua labor
de darse sombra el uno al otro.
No hicimos castillos en la orilla,
pues sabíamos cuán frágiles resultan
ante la subida de las olas,
del lento discurrir de los segundos
o del pie de algún bañista despistado.
Mirabas mi perfil
mientras yo miraba el horizonte y sonreía.
Nos limitamos a quedarnos quietos,
expectantes.
Ante mis ojos,
manto azul de vida,
entre mis manos,
la tuya detenida.
Pintura: Ariadna en Laxos, Evelyn de Morgan
SERENA (LA OTRA YO)
Has llegado,
con olor a infusión tibia
y rumor de zapatillas desgastadas.
capaz de conjurarte,
después de lo pasado,
después de lo dolido,
después de aquel sonido aterrador
que hizo mi corazón al desplomarse.
has venido,
aquí estás.
con tu sonrisa de abuela,
no me apremias,
no me culpas,
no preguntas por mañana.
de la caída de las hojas,
danza
milagrosamente,
dejándose llevar
sin miedo,
sin preguntar, tranquilo,
a qué puerto arribaremos,
Aquí estás,
has llegado,
y me invitas a parar
y recoger
las flores frescas
del camino.
Pintura de William Waterhouse
DÍA DE ACCIÓN DEL BLOG. Todos somos uno con la Madre.
a la espesura de tus bosques impolutos,
a la nitidez cegadora
de tus cielos soleados.
Si al menos retenerte,
no fuera
más que un sueño
que calma el corazón de nosotros
-los ingenuos-.
Si de mi aliento
al tuyo insuflara el latido,
ése
que sostiene la esperanza,
-andamiaje
de nuestros pequeños seres-.
Si sujetarte pudiera entre mis manos,
-con cuidado de niña,
ojos abiertos,
corazón en vilo-.
Si fuera así de fácil, Madre,
me desnudaría al fin
de esta tristeza
que me cubre
como traje silencioso
y mal cosido
limpia como los brotes descarados,
dócil y descalza.
Soñando con las palabras que el Sol le dedicó a Leucótoe.
como la savia en el otoño,
te seguí.
Porque al hacerlo
mi pequeña vida
de Dios predestinado
a recorrer el cielo
quebró el aburrimiento
de tener un rumbo fijo.
Porque de tus mejillas,
-oscuras como granas
cuando me miraste-,
recogí el valor
para enfrentarme
a lo que siento.
Porque eres niña
y me recuerdas
que yo una vez
también temí,
-los labios temblorosos,
el corazón hambriento-,
la suavidad del primer beso.
Porque tus cabellos me devuelven
la luz
multiplicada.
Porque a pesar de iluminar el mundo
mi corazón se torna oscuro
si te escondes.
Por todo eso
y mucho más,
yo
te deseo.
EL GIRASOL ES UNA NINFA DOLIENTE Y DESPECHADA
Una noche, mientras sus caballos se alimentaban de ambrosía en los campos celestes, el dios entró en el aposento de su amada, habiendo tomado primero la forma de su madre. Allí estaba cosiendo Leucótoe, rodeada de doce criadas. Entonces, tras besarla en la mejilla como una madre haría con su hija, pidió a las criadas que se retiraran. Cogiendo a la muchacha de los hombros exclamó: “Yo soy aquel que mide los largos años, el que todo lo ve y por el que todas las cosas se ven en la tierra, el ojo del mundo: créeme, tú me gustas.” Ella se separó bruscamente, y él recuperó su verdadero aspecto, dejándola en un estado en el que se confundían la admiración por su belleza y el terror. Dice Ovidio en este momento, que el dios la ultrajó y que ella, como le había visto tan hermoso, resistió el ultraje sin quejarse. Yo quiero creer que él no la forzó a nada, pues la amaba con ternura. Simplemente se acercó y la baño en su luz.
Y aquí es cuando juega su papel fundamental Clitie, la despechada, que por ir en pos del Sol lo sabía todo. Muerta de envidia, en un ataque de ira reveló al padre de Leucótoe lo que había pasado aquella noche. El padre, sintiéndose deshonrado, no entró en razones ni escuchó a su hija, que gritaba pidiendo clemencia y extendiendo sus brazos al Sol. La enterró bajo una espesa capa de arena y sobre ella echó un túmulo de tierra.
Cuando el hijo de Hiperión lo supo, demolió el túmulo con sus rayos, y abrió un camino en la tierra para que la pobre desdichada respirara, pero ya era demasiado tarde. Intentó reavivar sus miembros helados con el calor de sus rayos, pero el destino se oponía a sus intentos. Al fin, cuando vio que nada podía hacer por devolverle la vida a aquella a quien tanto había amado, roció su cuerpo de néctar celeste perfumado y después de lamentarse largamente dijo: “A pesar de todo, tocarás el cielo”; inmediatamente, el cuerpo embebido de néctar divino se deshizo y empapó la tierra con su aroma. A ella se aferraron las raíces de la nueva vida que surgió: el árbol del incienso, que rompió la cima del túmulo y se alargó hacia el cielo.
Clitie se hundió de pesar y remordimientos al ver lo que su delación había causado. Y aunque intentó correr en pos del Iluminante y explicarle, justificarse acaso, él no quiso saber nada. Nunca más hubo luz para la despechada Clitie. Desde entonces, la ninfa, que se había dejado vencer por la parte más insensata y dañina del amor, no pudo soportarlo y empezó a languidecer. Y permaneció, enajenada, sentada día y noche sobre la tierra desnuda, con los cabellos largos, sueltos y enmarañados. Durante nueve días no probó ni agua ni comida y se alimentó sólo de sus propias lágrimas y del rocío, sin moverse del suelo, limitándose a mirar al Sol, que pasaba haciendo caso omiso de ella, dirigiendo su rostro hacia él. Dicen que sus jóvenes piernas se adhirieron a la tierra y que su tronco se convirtió en flexible tallo que terminaba en una flor amarilla que recubre su rostro. Aunque las raíces la tienen retenida, nada impide que ella se vuelva siempre hacia su amado Sol.
Pintura: Clitie, de Evelyn de Morgan
PACHAMAMA
Manu Chao
Recuerdo cuando te quería,
yo, tu hija pródiga,
la de la primera ofrenda,
la de la oración temprana,
la que más danzaba
para darte, Madre,
gracias por aquello
que hoy casi he olvidado.
Te quería porque de tu soplo
nació el aliento que me alza,
porque de tu vientre
surgí como semilla terca,
hecha de lodo,
con olor a tierra.
Y me recogía
y adoraba cada uno de tus templos:
el valle, la laguna, la montaña…
Madre, te quería, te quería,
y buscaba tu sonrisa
en los atardeceres cálidos de otoño,
en el temblor de un trino,
en los ojos límpidos del lobo.
Trepaba hasta las cimas
para hablarte,
y gritar mi amor a las estrellas,
un amor inquebrantable
que de la nada y hacia el todo
se deshizo.
Y ahora estoy aquí,
entre el asfalto confundida
mi piel tenue.
Suelo abrir mi pecho,
te lo juro Madre,
pero ya no oigo tu risa.
Mordí el anzuelo frío
y ahora vago con la boca herida
y la garganta helada.
Madre,
ya no escucho tu latido.
QUERIDA PANDORA
Mandó llamar a Hefestos, el artesano de los cielos, y le ordenó que con arcilla modelara a una exquisita criatura. Así que mezcló la tierra con el agua, y aunque le infundió voz y vida humana, le regaló la belleza sorprendente de una auténtica diosa. Además, Afrodita le otorgó sensualidad y gracia, Atenea la engalanó, las Gracias y la Persuasión la enjoyaron, y las Horas la coronaron con las flores de primavera. Hermes la instruyó en todo tipo de engaños y seducciones.
Había nacido Pandora, “la que tiene todos los dones”.
Zeus decidió llevársela a Epimeteo, hermano de Prometeo. Ya le había dicho Prometeo a su hermano que nunca aceptara un regalo de Zeus, y que si le llegaba alguno lo enviara de inmediato de vuelta al Olimpo, por el bien de la raza humana. Pero ¿quién hubiera podido resistirse ante semejante criatura?
Epimeteo recibió a Pandora como quien recibe un soplo de aire fresco y ésa fue su perdición. Pandora llegaba desde las cumbres nevadas con una tinaja –que nosotros llamamos caja desde el Renacimiento- en la que se apretaban, una contra otra, todas las desgracias del mundo, junto con la esperanza. Otra versión, menos extendida, pero quizás más lógica, dice que lo que había en la tinaja eran los bienes de la humanidad, que hasta entonces no conocía mal alguno, y que al ser liberados, se perdieron para siempre. El caso es que Pandora levantó la tapa y dejó escapar todo menos la Esperanza, que se quedó en el fondo cuando la muchacha, horrorizada al comprender la magnitud de su desgracia, la volvió a cerrar de nuevo.
Desde ese infausto día vagan por la tierra innumerables amarguras.
El mito de Pandora tiene precedencias orientales, nos recuerda el pecado de Eva del Génesis, o la historia de Anubis y Bata. Pero ¿puede una mujer llevar sobre sus frágiles hombros la carga de la culpa de todos los males que asolan al hombre? ¡Pobre Pandora!
PANDORA
por qué
no debía abrir
el cofre.
Pensé
-incauta, ignorante-
que quizás en él
hallaría un sinfín
de hermosas joyas
de todos los colores.
Y lo tocaba
aún sin atreverme…
lo medía con las puntas de mis dedos
sopesando su grosor,
su hermosa talla
creada, como yo,
en las altas cumbres del Olimpo.
¿Cómo iba a saber
que en algo tan pequeño
cabrían los dones más hermosos
que esperaban a La Tierra?
¿Cómo iba a saber
que yo,
mujer mortal,
era la Elegida
para custodiarlos?
Yo creí que sólo había joyas…
dulces cuentas …
Y abrí la caja
y de ahí surgieron
-como por ensalmo-
aquellos dones,
los más hermosos,
escapándose por siempre
del control de los humanos.
Excepto algo verde,
tibio y sedoso,
que se quedó como prendido
al fondo de la caja.
Ahora es lo único que queda,
La Esperanza, a veces vaga,
de volver a ser todo lo que fuimos,
inocencia sorda,
ilusión sin mancha.
TISBE Y PÍRAMO
Cuenta Ovidio en el libro IV de las Metamorfosis que Tisbe era la más hermosa de las jóvenes de Babilonia. Desde pequeña se había criado en el mismo barrio que Píramo, su vecino. Ya desde niños fueron amigos y la amistad, poco a poco cedió paso al amor. Se hubieran casado si las familias de ambos no se hubieran negado en rotundo. Pero no pudieron detener la llama que ya había empezado a arder. Nadie estaba al corriente de su amor, excepto la pared que separaba las casas de los amantes. En ella se había formado una grieta tiempo atrás y los jóvenes la vieron, porque, como se pregunta Ovidio “¿qué se le escapa al amor?”. A través de esa minúscula abertura Tisbe y Píramo se decían ardorosas palabras, a través de esa pequeña grieta viajaban, seguras, privadas, las palabras tiernas de los dos muchachos. Pero la pasión era fuerte y la pared, amiga, de repente se tornaba en enemiga pues impedía que sus cuerpos se fundieran. Tras muchos lamentos decidieron burlar a sus guardianes y salir no sólo de casa, sino también de la ciudad, y quedaron justo debajo de un árbol, cargado de frutos blancos, una morera que se hallaba al lado de una fuente.
Al caer el día, Tisbe cubrió su cara con un velo y escapó de la casa paterna. Salió de la ciudad y no tuvo miedo porque el amor nos convierte en criaturas audaces. Llegó al árbol junto a la fuente y sentó a esperar. Cuando he aquí que, bajo la tenue luz de la luna, vio venir a lo lejos una leona, que acababa de matar a unos bueyes y se dirigía a beber agua de la fuente con el hocico manchado de sangre y espuma. Tisbe echó a correr y se escondió en una cueva cercana, pero en la carrera dejó caer el velo con el que se había cubierto la cabeza. La leona, tras calmar su sed, topó con el velo, lo husmeó y lo desgarró con sus fauces ensangrentadas.
Píramo había salido más tarde y al llegar junto a la morera pudo apreciar en el suelo las grandes huellas de una bestia. Al encontrar el velo manchado de sangre palideció y creyó volverse loco. Dijo: “Una sola noche verá el fin de dos enamorados, de quienes ella, era la más digna de haber tenido una larga vida; es mi alma la culpable, he sido yo, desdichada, quien te ha causado la muerte, puesto que te obligué a venir de noche a este lugar lleno de peligros y ni siquiera llegué primero. ¡Despedazad mi cuerpo y devorad con feroces mordiscos mis criminales entrañas, oh leones que habitáis bajo estas rocas! Pero es de cobardes limitarse a desear la muerte!" Y diciendo esto y acercándose el velo de Tisbe a la cara para retener su olor, se clavó en el vientre el puñal que llevaba. La sangre salió a borbotones, manchando de rojo oscuro, casi negro, las blancas frutas de la morera y empapando sus raíces.
Y ella sale de la cueva, nerviosa, deseando encontrarse con Píramo y contarle de qué peligro tan horrible había escapado y lo busca con los ojos y llega al lugar, pero duda al contemplar el color oscuro de los frutos. Y mientras la duda invade su espíritu observa en la oscuridad un cuerpo tembloroso en el suelo y en él reconoce a su joven vecino. Abraza su cuerpo y besa su rostro helado y él la reconoce por un instante, justo antes de cerrar los ojos. Cuando ve su velo todavía aferrado por la mano amante y el puñal comprende. Y decide seguirle en el camino de la muerte, pero antes de clavarse el frío acero exclama: “no neguéis a quienes estuvieron unidos en un amor verdadero y en los últimos instantes de la vida que reposen en el mismo sepulcro. ¡Y tú, árbol que ahora recubres el infortunado cuerpo de uno, y que pronto recubrirás los cuerpos de ambos, conserva un testimonio de nuestra desgracia y ten siempre, frutos oscuros, del color del luto, en recuerdo de la sangre que vertimos los dos!”
Sus ruegos conmovieron a los dioses y el color de las moras, cuando maduran, sigue siendo oscuro, y las cenizas que quedaron de la pira funeraria reposan en una misma urna.
EL SUEÑO
Tengo un sueño
y lo acuno,
lo rechazo,
lo aborrezco.
Tengo un sueño
y lo nombro,
lo interrogo,
lo sopeso.
Tengo un sueño
que una vez
logró mostrarme su perfil
entre las brumas
de mi cálida inocencia.
Un sueño que tornó
mis párpados caídos
en aljibes
ávidos de tiempo.
Un sueño
que me atrapa
y me hace suya,
que sacude mis esperas
con un ímpetu violento.
Un sueño
que no pasa,
que se queda
como quedan
los susurros
cuando ya ha pasado el viento.
Un sueño
que me asusta y me deleita
que temo y que deseo.
Marta Uma Blanco
DULCE SOLSTICIO
de la magia de los fuegos
reflejados en tus ojos.
¿Recuerdas?
Solíamos danzar
descalzas,
sudorosas,
conjurando la luz
de un crepúsculo
tardón y perezoso.
Tu pelo se enredaba
con las hojas
que con paciencia de junio
urdió la Madre en tus cabellos.
Y al llegar la noche,
aroma a sal y leña,
reposabas tu cabeza
en mi hombro
y juntas escuchábamos
historias de los labios de La Vieja.
Reencarnando
Te conozco.
No sé cómo te llamas,
pero miré en tus ojos
y reconocí
la mano amiga,
el calor humano del consuelo,
la complicidad de las hermanas.
Ya estuvimos juntas
hace muchos años,
juntas aprendimos el conjuro
para levantar las nieblas
que separan Ambos Mundos.
Y ahora aquí, en la ciudad,
después de tantas vidas,
volvemos a encontrarnos.
Déjame que tome entre mis manos
tu sonrisa tibia
y me abandone a la nostalgia
de otra Era
-en que fuimos Reinas,
en que sólo una palabra nuestra
era suficiente para levantar los vientos-
Déjame que sienta
este secreto,
déjame que calle
con tu silencio el mío
Pintura de Dante Gabriel Rosetti, Beloved
HABLA CIRCE
contarle mil historias
al oído,
arroparle como a un niño,
hacer danzar el viento ante sus ojos.
De nada me sirvió grabar su nombre
en las columnas áureas de palacio.
De nada me sirvió
quererle tanto.
Pues has vencido.
Tú, la mortal,
la de sobras conocida,
la de la larga espera.
Y yo,
La Diosa,
la de la belleza eterna,
la de la sutil palabra,
la de los ojos profundos como lagos,
quedo derrotada,
hincadas mis rodillas
en la arena,
deshaciéndome
en conjuros inservibles y rabiosos,
observando
cómo parte en su navío él,
objeto de mi furia y mi desdicha,
eslabón perdido de mis sueños,
él,
el de la astuta mirada.
Parte…
sin mirar atrás por un momento,
convirtiéndome en despojo,
en absurdo cuento para niños,
en un escollo más
en su regreso a casa.
Marta Uma Blanco
¿Qué hago?
¿Qué le digo?
He oído sus pasos temblorosos,
lo he observado
a través de la mirilla.
No hago ruido.
No estoy.
Lo miro.
Es tan desagradable.
Su gesto es
el de una persona muy cansada.
Tantos años de ignorancia
lo han demonizado.
Espera con paciencia
desde el lugar donde no existe la espera.
Se ha sentado en el felpudo
y contempla la puerta
con actitud de niño rechazado.
Ahora sé que sólo quiere
que lo mire de frente,
que lo reconozca,
que lo compadezca
que huela su perfume
¡pobre Miedo Mío!
Perdóname por haberte odiado tanto.
Ven, no sufras,
te abriré la puerta
y lloraremos abrazados.
Marta Uma Blanco
huérfanos del mar y de las brumas.
Primaveras que se alzan
aunque no lo entiendas.
-Todo sigue,
todo gira
¿Dónde estás, pequeño?-
Tiempos nuevos,
nuevas eras
en las que hemos de jugar
el papel de Reina
enjugándonos las lágrimas,
levantando el rostro,
mordiéndonos los labios
para no gritar
que daríamos la vida
por volver a lo que fuimos:
Princesa sin miedo,
ilusión preñada.
Marta Uma Blanco
Pintura: W.Waterhouse, Ophelia
CORAZÓN
¿en qué pensabas
cuando descorriste tus velos jaspeados
y te mostraste níveo en campos de batalla?
Que te ha brotado el rojo
tras los proyectiles de la huida,
tras zarpazos de tristeza te ha brotado el rojo.
Marta Uma Blanco
ALFONSINA Y YO (II)
Alfonsina se cría en un hogar marcado por las estrecheces económicas. A medida que los años pasan llega la ruina definitiva de la familia. Y conforme ella va creciendo se agudiza su vergüenza por su fealdad. Dejará sus estudios a la edad de once años para contribuir a la economía familiar, rota en parte debido a la inestabilidad emocional de su padre, que muere en 1906.
Alfonsina comienza a trabajar en una fábrica de gorras y a hacer pequeños papeles teatrales. No abandona su deseo de seguir estudiando y en el año1909 se matricula en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde ocupará también el cargo de celadora. Un año después obtiene el título de maestra rural y comienza sus prácticas en la ciudad de Rosario.
Pero la turbulencia sigue dentro. Una escapatoria sea, quizás, el amor. Pero se trata del hombre equivocado, un hombre casado, veinticuatro años mayor que ella y además, persona influyente.
Con apenas veinte años, asume la maternidad y decide marchar a Buenos Aires, emprender la vida de nuevo, ser otra, pero en otro lugar. Una vez allí comienza a escribir “para no morir” y con el niño apunto de nacer ejerce de maestra o de responsable de un centro de acogida para niños disminuidos. Su situación existencial es conflictiva, y su confrontación con las convenciones sociales, abierta: apuesta en verso y en vida por la emancipación de la mujer.
En 1919 se comienza una sección en la revista La Nota y más tarde en el periódico La Nación, en las que escribe sobre las mujeres y sobre el lugar que merecen en la sociedad: «Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres cambiarán» (en «Cositas sueltas»). Es habitual que se refiera a la actitud de las mujeres huecas. El poema que sigue habla por sí solo.
A la memoria de mi desdichada amiga J.C.P. porque éste fue su verbo.
"Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano".
Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
que yo no pude ser como las otras, casta de buey
con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
Mirad cómo se rien y cómo me señalan
porque lo digo así: (Las ovejitas balan
porque ven que una loba ha entrado en el corral
y saben que las lobas vienen del matorral).
¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
¡No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riaís, que sus dientes son finos
y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!
¡No os robará; la loba al pastor, no os inquieteís;
yo sé que alguien lo dijo y vosotros lo creéis
pero sin fundamento, que no sabe robar
esa loba; sus dientes son armas de matar!
Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
de ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
y cómo disimula con risas su temor
bosquejando en el gesto un extraño escozor...
Id si acaso podéis frente a la loba
¡Y robadle el cachorro! no vayaís en la boba
conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!
Ovejitas mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
no sabréis defenderos, moriréis en la brecha.
Yo soy como la loba. Ando sola y me río
del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
donde quiera que sea, que yo tengo una mano
que sabe trabajar y un cerebro que es sano.
La que pueda seguirme que se venga conmigo,
pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
la vida, y no temo su arrebato fatal
porque tengo en el mano siempre pronto un puñal.
El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
que yo sé malograr antes que se haga flor.
Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada de llano".
Alfonsina Storni
Alfonsina creía que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío. En octubre de 1938, se marcha a Mar del Plata, a descansar. Una noche, después de unas horas de intenso dolor, llama a la trabajadora de la pensión donde se hospeda y le dicta una carta para su hijo Alejandro. En la madrugada del 25 de octubre, Alfonsina, con cuarenta y seis años, bajo la lluvia, se arroja al mar desde un espigón dejando como testamento un poema, «Voy a dormir», y la carta de despedida a su hijo.
Dientes de flores, cofia de rocío,
ALFONSINA Y YO (I)
Muchas veces los teóricos de la literatura postulan que la obra literaria se debe estudiar independientemente de la persona que la escriba. Así es el arte ¿no? Ha de hablar por sí solo. Pero esto me parece tan frío… ¿Cómo puede separarse el corazón que late de la tristeza que expresa? A mí me gusta leer y saber qué experiencias movieron a la persona a escribir lo que yo leo. Me gusta conocer al poeta y, volviendo a Alfonsina, su vida, sin ninguna duda, es digna de ser conocida.
Conocí a Alfonsina cuando tenía alrededor de quince años. En la biblioteca de mi padre, entre muchos tomos de poesía encuadernados en piel había uno que, por su variedad de estilos y épocas, era ideal para no colmar la impaciencia de una adolescente. Allí, entre muchos autores, la mayoría varones, apareció esta perla:
CARTA LÍRICA A OTRA MUJER
Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina.
En vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente
le absorbe su oro mientras todo calla.
Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, alarga
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.
Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosas ahuecados...
Decidme si lloráis humildemente
mirando las estrellas tan lejanas,
y si en las manos tibias se os aduermen
palomas blancas y canarios de oro.
Porque todo eso y más sois, sin duda,
vos, que tenéis al hombre que adoraba
entre las manos dulces; vos, la bella,
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mi... Vos, su criatura,
porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.
Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... ¡Sí!, acaso mía...
Mas, ved, estaba el alma tan gastada,
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro!
¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se adormece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.
Acaso un niño rubio vendrá luego
a copiar en los ojos inocentes
los ojos vuestros y los de él,
unidos en un espejo azul y cristalino...
¡Oh, ceñidle la frente: ¡Era tan amplia!
¡Arrancaba tan firme los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!
Luego dejad que en vuestras manos vaguen
los labios suyos; él me dijo un día
que nada era tan dulce al alma suya
como besar las femeninas manos...
Y acaso alguna vez, yo, la que anduve
vagando por afuera de la vida
como aquellos filósofos mendigos
que van a las ventanas señoriales
a mirar sin envidia toda fiesta-,
me allegue humildemente a vuestro lado
y con palabras quedas, susurrantes,
os pida vuestras manos un momento,
para besarías yo como él las besa.
-Y al recubrirías lenta, lentamente,
vaya pensando: "Aquí se aposentaron
¿cuánto tiempo sus labios, cuánto tiempo
en las divinas manos que son suyas?
¡Oh qué amargo deleite este deleite
de buscar huellas suyas y seguirlas
sobre las manos vuestras tan sedosas,
tan finas, con sus venas tan azules!
¡Oh, que nada podría (ni ser suya,
ni dominarle el alma, ni tenerlo
rendido aquí a mis pies) recompensarme
este horrible deleite de hacer mío
un inefable, apasionado rastro!
¡ Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
barrera ardiente, viva, que al tocarla
ya me remueve este cansancio amargo,
este silencio de alma en que me escudo,
este dolor mortal en que me abismo,
esta inmovilidad del sentimiento
que sólo salta bruscamente cuando
nada es posible!
Alfonsina Storni
En mi corazón adolescente –ávido de historias de amor- se perfiló la figura de la dueña de aquella voz. Y la imaginé como más tarde supe que ella se veía. Feúcha, grandota, apagada, depresiva…
Me conmovió y releí sus versos hasta la saciedad, preguntándome por qué motivo en sus palabras no había ni una nota de rencor u odio. Aquella criatura amaba a su rival como quien ama a un espejo porque refleja otra figura.
Alfonsina…
Pasaron años en mi vida, y lecturas, muchas lecturas. Nadie la mencionó en mis estudios literarios, la silenciaron, como si no fuera importante o como si no hubiera existido…y yo casi me olvidé de ella. Aunque la sabía en las librerías y un día compré sus palabras y las llevé a casa. La foto que aparecía en el interior de la antología me dejó pensativa y me impidió comenzar a leer de inmediato. ¿Así que ésa era Alfonsina? La había imaginado parecida, por lo triste, pero la encontraba hermosa, poderosa en su tristeza.
Y la leí. Vaya si la leí. Y cómo cambiaba el tono de su canto. De la remota mujer de la Carta Lírica de mi adolescencia a la mujer de La Loba había un abismo. ¿Qué había vivido aquella mujer? ¿Qué le había pasado? Y mi curiosidad me llevó a indagar, a buscar, a saber quién fue esta persona que poco a poco fue alzando la voz contra las represiones a las que se vio sometida debido al simple hecho de ser mujer.
LA CIUDAD
te lame hasta dejarte exhausto,
confundido entre las luces
y el asfalto,
convertido en una mota más,
viandante sin destino,
atento a los colores de los discos
o a la mano que se tiende
demandando una moneda,
los descalzos corazones agrietados,
observando su reflejo en los cristales,
sorprendiéndose ante esa imagen
apenas ya reconocible.
SINO
NIEVE
Sus ojos se abrían expresivamente y sus labios se curvaban en una sonrisa somnolienta. Así debía de ser la nieve, pensó. Le había contado su abuelo, en las reuniones de la plaza subterránea, que cuando él era joven, y el hombre aún vivía sobre la Tierra, el cambio de las estaciones lo marcaba el planeta. La primavera y el otoño eran momentos de transición en las que todos los seres vivos se preparaban para las estaciones fuertes. Pero en unos pocos años, y sin que la gente se hubiera dado cuenta realmente del desastre, la primavera y el otoño fueron desapareciendo sucumbiendo ante la primacía del verano. Los noviembres comenzaron a volverse calurosos y los humanos andaban tan desorientados como los árboles que echaban sus flores a destiempo.
Poco a poco dejaron de verse las grandes nevadas que cubrían la tierra de blanco. Hasta que el invierno dejó de existir para siempre. Y el sol se hizo tan abrasador que el hombre hubo de buscar refugio en las entrañas de la Tierra.
Se asomó a la ventana con la bola en las manos. Suspiró. Estaban a finales de diciembre, y las luces de Navidad invadían las calles de su ciudad subterránea.
Agitó otra vez la bola en sus manos y observó. Sí, se dijo, debió de ser muy hermosa la nieve.
Marta Uma Blanco